sábado, 24 de septiembre de 2011

Mauro Lo Coco." El Arte en Camista" . Fernando Pesoa


“A cuál de mis yoes estoy aludiendo” se preguntaba Alberto Girri en Variaciones Retóricas. Así revelaba la complejidad y multiplicidad de subjetividades que nos habitan, no sin tensiones, amores y conflictos. Y es que con facilidad naturalizamos que somos esto que lleva este nombre, como si nuestra ambivalencia se conjurara en un documento, en un apellido, en un rol familiar.


La pluralidad de miradas de las que somos capaces, nuestros reveses y pliegues hacen a la laberíntica relación con nosotros mismos. Podemos negar esta multiplicidad o asumirla. Esta última alternativa es la que prefirió el poeta que nos visita esta vez, Fernando Pessoa (Lisboa, 13 de junio de 1888 — Lisboa, 30 de noviembre de 1935).


Poco se puede agregar a las variadas humoradas que el apellido del poeta portugués más importante de la historia de la literatura ha motivado. Pessoa significa, en castellano, nada menos que persona. Curioso es entonces que fuera habitado por más de un poeta, y no nos referimos a influencias, intertextos o referencias de una cultura ilustrada. Pessoa fue literalmente muchos poetas, a los que denominó heterónimos. No se trató de la mera operación de utilizar diferentes pseudónimos con los cuales firmar sus obras. El poeta portugués se encargó de darle vida, obra y, en muchos casos, actividad. Así, de los más de setenta (leyó bien ¡70!) escritores inventados se destacaron nada menos que grandes poetas como Antonio Caeiro, Ricardo Reis y Alvaro de Campos y ensayistas como Bernardo Soares. Algunos de ellos, fueron creados (¿descubiertos?) incluso con fecha de fallecimiento. Y entre ellos hubo lugar también para un ortónimo llamado curiosamente Pessoa.


Los heterónimos tenían vida: Alberto Caeiro era, el maestro de todos los demás. Se trata de un un poeta que podríamos denominar taoísta: practicaba la no filosofía y abogaba por el no-pensamiento como forma de iluminación. Ricardo Reis, por otro lado, fue un poeta que llevó el vitalismo de Caeiro amante de lo epicúreo, del placer y la belleza. En desacuerdo con el gobierno portugués, Pessoa refiere que este poeta fue a radicarse a Brasil. Su fecha de fallecimiento quedó como incógnita, cuestión que motivó que José Saramago (otro gran escritor portugués) retomara la cuestión en el libro El año de la muerte de Ricardo Reis.

En el otro extremo se encontró Alvaro de Campos, quien renegó de la influencia de Caeiro y se volvió un amoral que abrazó el futurismo de Marinetti y sus máquinas de destrucción. Tenía una mirada vitalista que solía polemizar con la melancolía de Ricardo Reis.


Llamativo es que las biografías más completas sean, acaso, las de Caeiro y de Campos, de quienes tengamos quizás más datos que sobre el propio Pessoa. En vista de ello, podríamos conjeturar que Pessoa es apenas un poeta en la obra de Pessoa. De hecho, podemos observar y admirar a su maestro Caeiro, a quien procura continuar en sus indagaciones bucólico/filosóficas. De Pessoa persona sabemos poco más que lo que se nos informa sobre el ortónimo: fue un estupendo traductor de idioma inglés, y vivió encerrado en una pensión traduciendo cartas comerciales. Entre este oficio se dio tiempo para crear maravillosos autores que nos han dejado páginas maravillosas de poesía como ésta.

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