sábado, 24 de septiembre de 2011

Columna de pensamiento crítico. Leo Varela: Los medios, los lenguajes y los consumidos consumidos.

I. Lenguajes y consumidores
El lenguaje, aunque parezca paradójico, es simultáneamente estabilidad y cambio. Toda modificación del lenguaje, toda variación, se lleva a cabo en el marco de que hay un núcleo de ese lenguaje que se conserva. Ahora bien, hay instituciones o espacios orientados a privilegiar la transformación, lo nuevo o, mejor, lo parcialmente nuevo. Y existen otras instituciones y otras áreas en los que se privilegia la conservación, lo viejo, lo dado. En la tensión entre lo “dado” y lo “porvenir” estamos nosotros, que somos como equilibristas sin red.
Hay un problema central en lo que concierne a una de esas instituciones que construyen subjetividad: los medios masivos, en particular los audiovisuales como la televisión. ¿Quiere la mayor parte de los medios audiovisuales quebrar en algo la lógica de funcionamiento de este sistema económico-social que excluye materialmente e incluye simbólicamente? ¿O, por el contrario, necesitan esos medios masivos –que son subsistemas de ese sistema general- de consumidores compulsivos para asegurar sus condiciones de reproducción del sistema? El sistema general necesita “compradores” compulsivos no sólo de cosas u objetos, sino por sobre todo de discursos que contribuyan al control y a la disciplina a modo de auto-flagelamiento, como en Código Da Vinci.
Los consumidores compulsivos se construyen más allá de que muchos de esos consumidores compulsivos construidos no puedan por razones económicas comprar lo que se les ofrece. No importa: no es la compra lo que los define sino el deseo de comprar para ser. Lo que se construye es ese deseo (o, por lo menos, una modalidad del deseo). Con eso alcanza y sobra. Con eso se disciplina…
Aun el que nunca jamás va a poder consumir un determinado producto, funcionará como si lo pudiera consumir alguna vez. Lo convertirán a ese consumidor en un adicto. Y a-dicto significa etimológicamente el que no puede decir (a=prefijo que expresa negación, dictum= verbo decir). Y el adicto no puede decir porque ha perdido su voluntad, su capacidad de decidir; es manipulado por algo que es exterior a él pero que opera sobre él hasta transformarlo en una marioneta, en un espantajo.
Ese consumidor compulsivo, ese a-dicto, ese que no puede decir, se orientará y organizará en función de satisfacer un deseo construido por otros. Integrado a un esquema de percepción y clasificación de la realidad que convalida lo existente, deambulará entre televisores de 113 pulgadas, equipos de sonido, computadoras que funcionan ante el temblor del dedo pulgar, zapatillas para magnates y celulares que dicen el latiguillo de moda de la televisión. Adoptan, controlan y adaptan a ese adicto, cuya capacidad de resistencia es escasa o nula.
Cierto es que todos tenemos que satisfacer algunas necesidades básicas, vitales. Si tenemos hambre, deseamos comer. Si tenemos sed, deseamos beber. ¿Qué es lo que se construye, entonces? Lo que se construye es el deseo de comer una hamburguesa determinada en McDonald’s (y no una manzana, uvas o cerezas) y en tomar una Coca Cola, el fantástico analgésico que produce la autodenominada “Fábrica de la Felicidad”, por ofrecer ejemplos emblemáticos.
¿Cómo se relaciona el lenguaje mediático con la construcción de este consumidor que se consume (junto con su voluntad, recordemos, se le consumió el lenguaje) como si fuera un objeto más? Hoy ya sabemos muchas cosas: la mayor parte de los medios son instrumentos de los sectores hegemónicos; producen un lenguaje funcional a esos intereses, es casi obvio. Ese lenguaje no es el del des-cubrimiento sino el del enmascaramiento, es un lenguaje anquilosado y lleno de clichés que obtura la comprensión. No es el lenguaje de la revelación sino el del ocultamiento, no es el lenguaje que ilumina sino el que oscurece, no es el lenguaje que orienta sino el que desorienta, no es el que impulsa a conocer sino el que impulsa a des-conocer y a convertir la ignorancia en la fórmula del éxito.
Los medios necesitan a-dictos. El decir queda, entonces, en unas pocas bocas…de expendio. Este es el lenguaje de la máscara y del simulacro. Sirve a unos, que son muy pocos (los exime de una represión material inmediata y disciplina igual); y perjudica a otros, que son muchos (a los que se les “coloniza” su subjetividad). Entonces LA VICTIMA llega a pedir por su VERDUGO…

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