sábado, 1 de octubre de 2011

Mauro Lo Coco. " El arte en camiseta". Italo Svevo


Una amistad impensada y provechosa


Sin azar no habría ni literatura. El tiempo, la indeterminación, lo arbitrario, lo caprichoso, por citar algunas manifestaciones, justifican el trabajo de la expresión, que se resiste o abraza su condición precaria y provisoria, su imposibilidad de clausurar el sentido de lo real. Podríamos preguntarnos qué sería de la literatura moderna si Max Brod hubiese accedido al pedido de su amigo Kafka y quemaba esos papeles llenos de escritos que el canon occidental ha convertido en memorables. Del mismo modo, podríamos conjeturar qué hubiese sido de la vida de Ítalo Svevo si no se hubiese cruzado con un muchacho irlandés.


En efecto, Italo Svevo (1861-1928) había vuelto a ser Ettore Schmitz, un triestino judío de padre comerciante que, luego de haber intentado estudiar las artes del comercio y haber probado suerte con dos novelas que la crítica despreció, retomó la buena senda y se abocó a trabajar en la Unión Banquera de Viena, como quería su padre. El azar hizo que en 1904 llegara a Trieste un joven intelectual que buscaba trabajo. Apenas tenía para mantenerse y consiguió un empleo bastante precario en la Berlitz School. Para complementar su salario, ofreció clases de inglés, que sedujeron a nuestro homenajeado de hoy. Así fue que Ettore Schmitz, el banquero, tomó clases de inglés con James Joyce.


Las clases de inglés provocaron que ambos sujetos trabaran una amistad, lo que motivó que Schmitz se familiarizara con la obra de Joyce, quien no mucho tiempo después alcanzaría cierta fama y prestigio en Europa. En esas charlas, entre los muchos cigarrillos que compartían, Joyce fue descubriendo los intereses literarios y filosóficos de su alumno. Schmitz, en virtud de su conocimiento del alemán, se había interesado por la obra de un tal Sigmund Freud, e intentaba traducirlo al italiano. De hecho, se había familiarizado con la psicología en sus interminables intentos por dejar de fumar. Eso motivó largas charlas con el paciente instructor de inglés, para quien este doctor y sus teorías renovadoras eran de sumo interés también.


Tímidamente, Joyce fue ganando la confianza de Etore Schmitz, hasta lograr que éste compartiera con él sus dos obras malogradas. Fue un trabajo arduo, Schmitz había leído con entusiasmo algunos escritos sin publicar de Joyce, y la admiración por él lo inhibía. La amistad se fortaleció incluso a pesar de que Joyce se mudara a Roma, luego a Zurich y más tarde a París. La correspondencia entre ambos no hizo más que consolidar una relación horizontal, de pares, a pesar de la distancia y la asimetría que supone toda relación entre un docente y su alumno. Así también conversaron epistolarmente de filosofía alemana e inglesa, y se atrevieron a discutir la concepción de Darwin, quien por entonces empezaba influía –quizá de la peor manera que podríamos imaginar– en el pensamiento político occidental.


Entre tanta carta, Joyce se preguntaba por qué un hombre tan versado en cuestiones intelectuales y literarias, tan curioso de la ciencia moderna, no escribía. Schmitz era reticente a dar una respuesta de ello, hasta que finalmente confesó: la crítica italiana lo había disuadido de seguir escribiendo. En vista de las opiniones que motivaron sus obras –especialmente las que se lanzaron contra su segunda novela, Senilidad– Schmitz se había convencido de retomar la serena senda del comercio, abandonar su pseudónimo de Italo Svevo y, sobre todo, la aventura de escribir ficción. Joyce accedió a esas obras vapuleadas: descartó la primera, era una típica obra de

juventud, barroca, pretenciosa y estereotipada. En cambio, encontró algunos aspectos interesantes en Senilidad. El narrador no era omnisciente (como era el canon del Siglo XIX), había ciertas escenas de costumbrismo... Joyce, ya conocido y casi célebre, ponderó muy favorablemente esta obra, a pesar de un montón de vicios de época que no dejó de señalar. Una vez ganada la confianza del autor, volvió a indagarlo: ¿la ceguera de la crítica lo había connvencido de no escribir nunca más?


Schmitz tenía apenas unos apuntes de lo que se convertiría en una novela capital del siglo XX. Desde Zurich y París, Joyce recibió los manuscritos de la nueva obra de Shcmitz / Svevo. Desde su posición de privilegio en los círculos literarios europeos, el autor del Ulises –a quien Schmitz se permitía visitar, cuando sus actividades comerciales se lo permitían – fogoneó y se encargó de difundir la obra del recobrado Svevo. Así, en 1923 se publicaba La conciencia de Zeno, acaso una de las mejores novelas de la literatura italiana.


En ese novela, el recuperado Svevo despunta el arte de narrar en una historia compleja en la que se articulan su conocimiento del psicoanálisis, su adicción al cigarrillo, las costumbres triestinas y el advenimiento de la guerra. Se trata de una narración no lineal, el eje es temático y no cronológico: el lector reconstruye y ubica los acontecimientos que constituyen la vida de Zeno Cosini a partir de un índice temático caprichoso, provocado por una situación narrativa insólita. El libro comienza con una nota del médico psicólogo de Zeno, quien advierte que las páginas que siguen se habla de él de manera inadecuada y se le atribuyen dichos y acciones que no necesariamente se condicen con la realidad, si no que deben ser entendidas como la particular mirada de su paciente.


Luego de ello, aparece Zeno. Él tiene algo que aclarar también: escribe por exclusivo pedido de su terapeuta, a quien ha acudido para abandonar el dañino vicio del cigarrillo. Luego de esa aclaración, comienza un viaje temático en el que se asiste a escenas que inspirarán al mejor cine italiano. El índice ya es de por sí elocuente:


“1. El cigarrillo, 2. La muerte de mi padre; 3. La historia de mi matrimonio; 4. La esposa y la amante; 5. Historia de una asociación comercial; 6. Psicoanálisis”


La novela fue bien recibida en Europa, aunque no tuvo mayor trascendencia en Italia, salvo por el entusiasmo de Eugenio Montale. Hacia la década del ’60 sería redescubierta y re-editada, junto con la correspondencia entre Svevo y Joyce. Más allá de la recepción que tuvo inicial y posteriormente La conciencia de Zeno, lo trascendente es que Ettore Schmitz vivió los últimos 6 años de su vida como Italo Svevo, gracias a joven entusiasta que decidió enseñar inglés para sobrevivir en Trieste.


Svevo murió en 1928. Convaleció unos días en el hospital después de haber sido arrollado por un automóvil en su ciudad natal. Dicen que pedía desesperadamente un
cigarrillo

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