sábado, 14 de mayo de 2011

EL ASESINATO DE OSAMA BIN LADEN Y SU INMEDIATA RESURRECCIÓN por Leonardo Varela

I.

El asesinato cometido contra el ex socio de la familia Bush, Osama Bim Laden, por Estados Unidos de Norteamérica, violando todas las normas internacionales, expresa sin vueltas cómo actúa el Imperio: si es necesario (y el Imperio define qué es necesario y qué no lo es, según sus intereses) se invade una nación -Pakistán en este caso-, se encuentra al previamente condenado sin juicio y se lo asesina frente a sus hijos. Después se tira el cadáver al mar (al menos es lo que se dice), para evitar peregrinaciones y futuros santuarios. Este asesinato, llevado a cabo paradójicamente en nombre de la libertad y la seguridad del mundo, ha actualizado un problema que Occidente lejos está de resolver: ¿Qué es el Otro? ¿El Otro es la inversión del Yo? ¿El Otro es siempre una amenaza casi invisible y casi imprevisible?

Los yanquis celebraron por las calles el crimen programado con cautela de rufián y Barack Osama, emocionado, dijo frente a las cámaras que lamen el poder: “Todo lo puede lograr EE.UU. si se lo propone”. Las encuestas ya marcan la mejora de su imagen para las próximas elecciones en el Imperio del Norte.

Hoy, la mayor parte de los diarios dicen, revelando una vez más su extra-ordinaria ignorancia, que ayer un atentado suicida -para vengar a su jefe Bin Laden- produjo 80 muertos en Pakistán. Un atentado suicida.

II.

¿Qué relevancia hay que asignarles a las palabras (a su selección, a su combinación con otros signos), a sus usos, a sus múltiples acentos, a sus sentidos prácticos?

Un estudioso del lenguaje, V. Voloshinov, afirma que “el signo es la arena de la lucha de clases”. Se deriva, por ende, que la palabra es el espacio en el que se revela o des-cubren varias cosas:

a) El modo en que está organizada la estructura social. La

división en clases, como explica Roland Barthes, implica división en lenguajes –la existencia de sociolectos-, aunque la correspondencia no sea exacta ya que hay préstamos, desplazamientos, pantallas.

a) La desigualdad social y genérica.

b) Las relaciones jerárquicas (por ejemplo, en las Fuerzas

Armadas -como institución- todos están en condiciones teóricas de producir lenguaje pero no todos pueden fácticamente hacerlo en igualdad de condiciones, ya que es el superior jerárquico el que puede ordenar y el “inferior” –el soldado, el oficial de menor valor jerárquico-, es el que debe obedecer). En la Iglesia, el “pecador” se confiesa ante el sacerdote, que es alguien que está investido de un poder institucional que lo legitima para establecer los mecanismos para restaurar el orden violentado. El pecador “confiesa”, el sacerdote establece la contrapartida que es la producción de un lenguaje estandarizado.

III.

Uno de los problemas que tiene nuestro devaluado Occidente es su incapacidad para reconocer a El Otro, entendiendo al Otro como emergente y representante de otra sociedad, de otro mundo.

Está claro: toda cultura se define contra otra cosa que es definida como no-cultura o barbarie o incivilización. Toda cultura se define básicamente por oposición a otra “cosa” que previamente es estigmatizada y que debe ser abolida o descalificada. La lengua –como sistema de signos interrelacionados- cumple una función fundamental: cohesionar socialmente. Alguien dijo alguna vez que la patria es el lenguaje (la patria es la infancia y en la infancia se “aprende” la lengua de quienes nos precedieron y en la que somos). Por eso los vascos reivindican su especificidad, el reconocimiento de su identidad colectiva. Por eso en Cataluña se emplea el catalán como lengua de la “resistencia” (cuando Joan Manuel Serrat empezó a utilizar el español en sus recitales en el exterior fue considerado por muchos catalanes como un traidor). Por eso el quichua resiste; por eso el mapuche resiste: se niegan a su desaparición. Cada lengua expresa una cosmovisión, no es un simple conjunto de etiquetas que se les colocan a las cosas. Cada lengua implica una manera de percibir y de representar el mundo. Quienes invadieron, quienes conquistaron (y conquistan) han llevado a cabo su dominio también por medio de los signos. No se puede asegurar una victoria sobre El Otro “enemigo” sólo por la fuerza material. Se requiere también que ese Otro “enemigo” –para que sea menos enemigo y se integre naturalizando su derrota- internalice la lengua de los conquistadores. ¿Por qué? El enemigo es mucho menos enemigo cuando empieza a emplear el idioma del victimario. Emplear la lengua del enemigo implica –en gran medida- compartir su universo de creencias, valores, estéticas. El mundo empieza a definirse según los parámetros de su lenguaje. Aclaremos: no nos referimos a aprender otra lengua (esto nos vuelve más ricos, menos ignorantes, más sabios, menos totalitarios); nos referimos a la imposición de una lengua. Los “invasores” suelen realizar tres acciones básicas para asegurar el sojuzgamiento y el control:

1. Someten materialmente y en todas las dimensiones posibles a los

vencidos.

En muchos casos, no sólo son violadas las mujeres –una práctica de guerra devastadora con cierto grado de conocimiento público- sino también los soldados (por lo general, se oculta). Es una manera más de expresar el dominio y la humillación sobre el Otro. En la invasión a Irak, los norteamericanos -vanguardistas en nuevas atrocidades, como Guantánamo-, incorporaron a las mujeres como nuevas “torturadoras”. Puede recordarse el caso de “La soldado Lynndie England” en la prisión de Abu Ghraib (construida por Saddam Husein). Las imágenes fotográficas y los videos que circularon velozmente por Internet llevaron a que el Departamento de Defensa de Estados Unidos se viera obligado a intervenir: 17 soldados recibieron sanciones menores y el Gobierno ubicó tamaña transgresión de las normas internacionales en el ámbito de decisiones individuales.

2. Destruyen las expresiones culturales de los vencidos, como un modo

más de avanzar contra su identidad colectiva.

3. Imponen su lengua (los romanos comprendieron claramente la

necesidad de imponer la lengua del imperio; los españoles, la lengua española al aborigen “bárbaro”, etc.). Obligan a “decir” la lengua del vencedor bélico. La resistencia es con frecuencia muy dura (a veces superior a la resistencia militar). La tarea de imposición de la cosmovisión no siempre logra su objetivo. Los españoles, por ejemplo, necesitaron de la imposición de su lengua para “evangelizar”. ¿Cómo lograr la internalización de la religión, las creencias, los valores del mundo de los dominadores sin signos comunes?

Se mutilaba al aborigen que empleara su propia lengua y no el español. Se le amputaba la lengua; se lo condenaba a no-decir (no al silencio porque esa lengua estaba “dentro del” torturado y era imposible aniquilarla). Las mujeres eran violadas (hasta por los perros). Lengua y goce, lengua y deseo, se articulan, como nos explicó magistralmente Roland Barthes.

IV.

Si cada lengua implica una Cosmovisión, una manera de percibir, de representar y, por ende, de actuar sobre y en el mundo, hay que agregar que en los medios masivos se lleva a cabo una “traducción” equivocada de los significados de las palabras en otras lenguas. Tal equivocación no es en lo sustancial deliberada; es el producto de las “rejas de su mirada”.

Suele decirse por ejemplo que los “terroristas fundamentalistas” o “islámicos” se suicidan cuando los ejércitos invasores norteamericanos avanzan hacia algún lugar clave de la ciudad invadida. El concepto de terrorista suicida es per se un contrasentido. En una guerra asimétrica, las armas de las que disponen unos y otros son diferentes. Hay un abismo de poder bélico entre unos y otros. Del lado “occidental” no se ha alcanzado a comprender la lógica de guerra del denominado “fundamentalista” (nadie hubo sin embargo más “fundamentalista” que George Bush: “O se está con nosotros o se está contra nosotros”, reiteraba). Como alguna vez dijo el desestabilizador Mariano Grondona: “Somos sociedades tecnológicas que nos preguntamos cómo y no por qué”.

La mirada del Occidente actual es mucho más funcionalista que filosófica. No llega a comprender Occidente las motivaciones profundas de un Enemigo, que causa no sólo miedo sino, por sobre todo, angustia. El miedo puede ser materializado; lo material puede ubicarse en un espacio. La angustia, en cambio, no encuentra nombres que la digan adecuadamente. La angustia invade, abruma, abraza, abrasa, asfixia, des-arma. El VACIO inmenso de las Torres Gemelas explotadas, como explica José Pablo Feinmann, es la huella de la angustia en la psiquis norteamericana, en la psiquis del Imperio…La psiquis del Imperio estalla...Los terroristas estaban adentro, se mezclaban con los “normales”.

¿Por qué, entonces, Occidente y, en particular, EE.UU y Europa no comprenden el “accionar” de sus “enemigos”? Los “fundamentalistas” no se suicidan, como cree Occidente. Los denominados “fundamentalistas” se inmolan.

En el Occidente actual, el suicidio es concebido como una acción, como una obra individual, ligada al sinsentido individual de la vida. Por eso los suicidas son condenados al Infierno. Violan la ley divina en el marco del paradigma cristiano.

Los griegos, en cambio, consideraban que la vida es un Bien. Si por alguna razón, la vida deja de ser un Bien, hay dos posibilidades: alejarse (y el exilio es una de las formas de la muerte) o suicidarse, como hizo por ejemplo Sócrates, envenenándose. El suicidio era, por lo tanto, un acto de dignidad y denuncia.

Para los llamados “fundamentalistas”, lo que para Occidente es un acto irracional que atenta contra el bien más preciado que es la propia vida, es una decisión sagrada, que se sitúa en un espacio de profundo significado colectivo. Tiene un significado RELIGIOSO y POLITICO. Si existe algo que se aleja por completo de lo subjetivo y ego-centrado, es ese acto POLITICO en el que ese hombre (no el individuo, que significa “indivisible”) se entrega a Dios y a los suyos por una causa que es –en su percepción- la de todos: combatir contra el Enemigo, contra el Demonio norteamericano, contra el Imperio y sus satélites. En la Modernidad occidental, se acepta el peligro (los soldados tienen que ser valientes y hasta corajudos). Pero no pueden matar-se para luchar contra el Enemigo “bárbaro” (y este Enemigo es “bárbaro”, entre otras cosas porque es capaz de asesinar-se). La inmolación –cuya dimensión religiosa y colectiva Occidente rechaza en nombre de la “racionalidad”- no entra en el mundo de lo posible (y no sólo porque los soldados occidentales son muchas veces simples profesionales o mercenarios). Se enfrentan mundos diferentes y sus cosmovisiones están expresadas en sus sistemas de representaciones, en sus lenguas y en sus prácticas. De esta manera, donde Occidente lee “suicidio”, “acto individual de autodestrucción”, el llamado “fundamentalismo” lee “inmolación”, “acto de ofrenda al colectivo de referencia y de construcción POLITICA y RELIGIOSA”, “premio”.

Más allá de los juicios de valor que puedan efectuarse (no es el asunto de esta columna), lo que resulta evidente es que nadie es el dueño de las palabras y que la incapacidad para comprender el universo simbólico del Otro es una de las tantas lacras que padece este Occidente tan hipócrita como banal.

La celebración de la muerte que realizó Occidente desnuda mucho más su debilidad cognitiva-emocional que su poder de destrucción. Porque la “destrucción” material de su Enemigo es paradójicamente su resurrección simbólica.

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