sábado, 15 de octubre de 2011

Mauro Lo Coco. " El arte en camiseta" : Guillaume Apollinaire: Naturaleza e invención .


Las relaciones entre el arte y la realidad constituyen el núcleo de un sinfín de debates de carácter estético, filosófico y político (que, en última instancia, aparecen en la vida social como lo mismo, pero que dividimos con el afán de conocer). Alrededor de estas tensiones se establecen programas y anti-programas, deberes éticos del artista y juicios sobre la validez de las pretensiones e intervenciones estéticas. Entre las diversas maneras en que los poetas expresan su vínculo con lo real encontramos el surrealismo. Esta palabra remitirá para muchos lectores a los coloridos cuadros de Dalí, o bien a André Bretón y sus manifiestos. Estos y otros ejemplos tienen un origen común: Guillaume Apollinaire (1880-1918), quién utilizó el término “surrealista” por primera vez en 1917.

Bautizado como Wilhelm Apollinaris de Kostrowitzky, este italiano –que adoptaría, poco antes de su muerte la nacionalidad francesa- tuvo que adaptarse a una vida económica y sentimental ciertamente hostil. Fue criado por una madre dominante y orgullosa, que poseía un lejano parentesco con la nobleza polaca. Su padre sólo dejó hipótesis, se cree que pudo haber sido un oficial italiano, pero nadie, ni siquiera su hijo poeta obtuvo datos certeros sobre este punto. La juventud del futuro poeta estará signada por mudanzas frecuentes, provocadas principalmente por las siempre cambiantes relaciones amorosas de su madre y su especial afección por los casinos. Durante este período, Apollinaire escribirá sus primeros textos, firmados con los pseudónimos de Wilhelm de Kostrowitzky o Guillermo el Macabro. El permanente viaje junto a su hermano, a lo largo de diferentes ciudades de Italia y Mónaco culmina en 1899, cuando son expulsados de un hotel monegasco por deudas ya impagables.
La obra de Apollinaire cobrará un especial vigor especialmente por obra de su última gran mudanza: su llegada a París despertará en Apollinaire un especial apego a la novedad. Muestra de ello serán sus primeras obras, entre las que se destaca el volumen de relatos El Heresiarca y compañía. También pertenece a esta época su célebre poema denominado “Onirocrítica” que prefigura varios postulados del manifiesto surrealista de Breton.

El poeta ve en la pujante París de principios del Siglo XX lo que había cautivado ya a Baudelaire, pero ahora exacerbado: la poética de lo nuevo. Despegado de las visiones románticas que anhelan un pasado supuestamente más digno, más entrañable y puro, Guillaume Apollinaire, como otras figuras del círculo intelectual y artístico parisino, celebrará la llegada de nuevos aires en todas las disciplinas artísticas. Ejemplo de esa celebración es su primer poemario, Alcoholes. Publicado en 1913, la obra tiene un impacto disímil en la crítica. El libro es definido por críticos como Georges Duhamel como “una tienda de objetos usados” por la caótica combinación de estéticas. La heterogeneidad se basa en dos aspectos principales. Por una parte, es histórica: en la obra se reúnen todos los poemas de la experiencia parisina de Apollinaire. Son 13 años de experiencias, en los que el poeta atraviesa distintas formas, perspectivas e fórmulas estéticas. Por otro lado, es estrictamente estética: el discurso es fragmentario, interrumpido, posee una forma de articulación extraña, que prefigurará la sintaxis de la poesía del siglo XX. Esto aparece exacerbado por la ausencia de signos de puntuación y la saturación de materiales disímiles, tradicionalmente vistos como antipoéticos que proceden de la vida cotidiana y rompen con la sacralidad temática y formal atribuida a la poesía hasta, al menos, el mencionado Baudelaire y Rimbaud. Para coronarlo, había expresiones atribuidas habitualmente al mal gusto popular. En “Zona” el poema que abre Alcoholes podemos leer versos como:

“Lees los prospectos los catálogos los afiches que cantan en voz alta He aquí la poesía esta mañana”

Apollinaire estaba expresando una nueva poética: más allá de sus parentescos con Baudelaire, Rimbaud o Mallarmé, lo que el escritor formuló como ningún otro antecesor fue la actitud moderna, entendida esta no como una celebración sin más de lo distinto, pero sí por el arrojo de la invención. La historia reclamaba al hombre una nueva manera de relacionarse con lo real, con la vida. Así nacerá el término surrealismo, término que será utilizado en una crítica de Apollinaire sobre el estreno de Parade y cuyo significado aparecerá expresado pocos meses después, en el prefacio de su obra dramática Las tetas de Tiresias:

“Cuando el hombre quiso imitar la acción de andar, creó la rueda, que no se parece a una pierna. Del mismo modo ha creado, inconscientemente, el surrealismo... Después de todo, el escenario no se parece a la vida que representa más que una rueda a una pierna”.

Apollinaire revelaba así una cuestión central sobre nuestra relación con el mundo: no sabemos cómo deberíamos lidiar con él, razón por la cual debemos inventar una relación. Y en ese invento esta la pretendida belleza o armonía: en tanto lanzamos una obra al mundo, también obligamos a los demás a inventar una relación con eso que acabamos de hacer existir. Esta es la dinámica de lo nuevo que celebraban las vanguardias de principios del siglo XX.

La vida de Apollinaire se truncó muy pronto. Alistado en la Primera Guerra como voluntario del Ejército Fráncés, una explosión cercana a la trinchera en que se encontraba le provoca una herida en la cabeza que lo obligará a dos años de convalecencia que terminan cuando se contagia la gripe española. Poco antes de morir, se casa con Jacqueline Kolb, homenajeada en el poema "La linda pelirroja". Y alcanza a ver la publicación de su obra más celebre junto a Alcoholes: Caligramas. En ella, observamos poemas visuales, que, ya liberados de la opresión de la puntuación y la sintaxis, se constituyen en espectáculos visuales, verbales y sonoros a la vez.

Ya era suficiente, este hombre había inventado el surrealismo y la poesía visual. Quizás demasiado para 38 intensos años de vida.

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