sábado, 2 de julio de 2011

Leonardo Varela 26/6: Maxi y Darío.

I.

¿Cómo se construye, sobre qué recuerdos y sobre qué olvidos, nuestra memoria? ¿Qué evocamos? ¿Qué forma parte de la amnesia? ¿En qué recuerdos y en qué olvidos se funda nuestra sociedad?

Somos lo que recordamos como colectivo y como individuos. Pero, sobre todo, somos lo que olvidamos, lo que nos enseñan a olvidar, lo que nos impulsan a olvidar, lo que quieren que olvidemos.

Nunca podremos olvidarnos del todo de nosotros: “No olvides que alguna vez tú fuiste sol”, dice un poema urbano, de esos que ingresan en nuestras almas como un viento fresco.

Es cierto: no se puede recordar todo, no se pueden incorporar todas las experiencias, no se puede evitar la selección (y toda selección implica exclusiones). Y ya lo explicó Jorge Luis Borges en “Funes, el memorioso”: recordar todo es intolerable, una suerte de excursión al infierno. Pero olvidar todo (o casi todo, o demasiado) es patológico. Y suicida.



II.

Hoy 26 de junio se cumplen 9 años del asesinato de MAXIMILIANO KOSTEKI y DARIO SANTILLAN, dos jóvenes pertenecientes al Movimiento de Trabajadores Desocupados ANIBAL VERON. Hubo 33 heridos de bala. Demasiados para que sea una simple casualidad.

Alfredo Atanasoff, ex Jefe de Gabinete del entonces Presidente de la Nación, Eduardo Duhalde y Secretario de la Confederación de Obreros y Empleados Municipales, reiteraba –ya avanzada la noche- que las muertes eran el resultado de una dura confrontación entre organizaciones “piqueteros”.



Alfredo Atanasoff fue también funcionario del Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli quien, como se recordará, entró al mundo de la polis de la mano de Carlos Saúl Menem.

Eduardo Duhalde, el “inventor” del por entonces ignoto Néstor Kirchner, allá por el 2002, como figura presidencial, era la máxima autoridad de la Nación. Y Felipe Solá –funcionario de Eduardo Duhalde, de Carlos Saúl Menem, vicegobernador del “duro” Carlos Ruckauf, luego diputado por el kirchnerismo, ahora en el peronismo federal- era el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires. Y el ex agente de inteligencia (SIDE) Juan José Alvarez era el Ministro de Seguridad, Justicia y Derechos Humanos, hoy diputado cercano al kirchnerismo. Parece mentira: un ex agente de inteligencia responsable los derechos humanos. Tampoco faltaba en ese aquelarre un dirigente radical como apoyo: Jorge Reinaldo Vanossi –“prestigioso” constitucionalista radical cuya actuación en la Cámara de Diputados a favor de la sanción de la Ley de Obediencia Debida y Punto final le valió el reconocimiento de muchos de sus correligionarios, aunque se violara la Carta Magna- era el Ministro de Justicia de la Nación. Y el locuaz A. Fernández, un soldado formidable de Eduardo Duhalde. Carlos Soria era el Jefe de la SIDE, hoy es el candidato del Frente por la Victoria en RIO NEGRO.

Es verdad lo que dijo alguna vez Néstor Kirchner: el diario de la señora Ernestina Herrera de Noble ofendió nuestra inteligencia cuando tituló: “La crisis causó dos nuevas muertes”. Y otros también la ofendieron y ofenden…



El comisario inspector Alfredo Fanchotti y el cabo y ex chofer Alejandro Acosta fueron los que dispararon. Los otros, todos los otros: los que les ordenaron a esos adictos a la violencia que llevaran a cabo su metódica labor de aniquilación, están libres. Peor aún: son funcionarios públicos, diputados nacionales o provinciales y uno aspira a volver a la Presidencia de la Nación juntando los residuos del peronismo para solucionar los problemas que “aquejan a mi querida patria”. Condenados al éxito o condenados al fracaso…sólo habrá que esperar que la desmemoria no nos invada de nuevo…

En el juicio -en el que se condenó a Alfredo Fanchotti y Alejandro Acosta a prisión perpetua- el ex chofer confesó: “A esos negros de mierda hay que matarlos a todos”, me dijo el comisario inspector”.

¿Qué nos revela ese enunciado, tan primitivo como exacto? Nos revela que eran (y son) dos concepciones de mundo las que se enfrentaban. La de un joven pobre (que era muchos pobres), firme, fuerte e inteligente, capaz de armar cooperativas, decidido a acabar con el miedo y la resignación. DARIO SANTILLAN eran lo nuevo…Y Alfredo Franchotti (y su secuaz Alejandro Acosta), lo más deleznable de un mundo perimido, obsceno, injusto, hipócrita y desigual.


III.

Desesperados, huyen -como pueden- hacia la estación Avellaneda, por la vasta Avenida Mitre, mujeres ajadas, niños con ojos de luna, jóvenes en ebullición, adultos y ancianos muy flacos. Las mal llamadas “fuerzas de seguridad” han desatado una represión salvaje. Los atacan a ellos, nos atacan a nosotros: como un felino que observa un tierno venado, se relamen. Hay quejidos, insultos, voces que se pierden; algunos lloran por la impotencia; otros lloran de tristeza. No saben cómo protegerse. Algunos compañeros los animan a no abandonarse, a no resignarse, a mantenerse unidos: “Piii-queee-teros, ca-ra-jo! Piii-queee-teros, ca-ra-jo!!”…Los gases invaden el aire, apenas si se puede respirar…Las mal llamadas “fuerzas de seguridad” se abren en abanico, luego se dispersan y actúan de a dos: uno dispara y otro recoge las cápsulas para que no queden pruebas de que tiran con balas de plomo. Parecen desbordados, están desbordados. Están ansiosos por matar...Lo necesitan para justificar su paupérrima existencia.

Un “patota” (armada por los servicios de inteligencia) se sube a un colectivo, baja a quienes viajan en él a la fuerza y lo incendian.

Los portavoces de la televisión –tan rústicos como obsecuentes de la autoridad institucional- se lanzan a decir:

“Piqueteros violentos queman colectivos!”

“Rompen negocios, roban a los vecinos!”

“Impiden el libre tránsito!”



Y lo repiten y lo repiten y lo repiten y repiquetean y repiquetean y lo repiten.

Y lo vuelven a repetir por si no le quedó claro a algún televidente con ánimo rebelde.

Y alguien ya asume esa voz como si fuera la suya: “Estos negros disfrutan destruyendo, no hay nada que hacer”







IV.

Las cámaras se dirigen velozmente a la entrada del Hospital Fiorito. El comisario inspector Alfredo Franchotti prepara su actuación. Rodeado por micrófonos, declara que “gracias al accionar ejemplar de las fuerzas del orden se pudo controlar el accionar de los elementos violentos y despejar el Puente Pueyrredón”.



Un upercut impecable (que parece condensar toda la potencia de los marginados) lanzado por un joven indignado estalla contra el ojo del comisario-inspector Franchotti.

“Asesino, hijo de puta!” –lo insulta y se le salen las lágrimas de los ojos.



El televidente promedio no comprende demasiado.







V.

Las fieras le disparan ahora a MAXIMILIANO KOSTEKI, artista plástico, artista diario, artista de verdad. Le disparan de cerca, de muy cerca. Sus compañeros no lo alcanzan a creer. Piden ayuda. Las “fuerzas del orden” están ordenando. Tienen “permiso” –el que tanto deseaban para actuar con impunidad-. Actuar es matar el 26 de junio del 2002. Han salido a cazar. Avanzan, dañan, ocultan, intimidan, engañan.

Maximiliano yace inmóvil. Agoniza ante la mirada del poder que lo celebra. Uno menos, se dicen. DARIO llega a la estación, fuga del horror de la represión con su mujer amada –esa mujer a la que él le enseñaba como un maestro- y con sus compañeros que lo adoran por su capacidad de organización. Le dice a su mujer que no se quede, que se vaya con la columna del Movimiento de Trabajadores de Desocupados de Lanús, que se vuelva…que él después la va a encontrar allá…DARIO SANTILLAN se queda en el lugar; sabe que está en peligro. El no tiene más armas que su amor revolucionario. Está desnudo, absolutamente desnudo, frente al Poder. El uniforme del comisario-inspector y del cabo lo expresan sin vueltas. DARIO SANTILLAN los mira firme. Les dice sin palabras: “Acá estoy yo con mi compañero...”.





El comisario Franchotti y el cabo Acosta se excitan con la posibilidad de asesinar, de aniquilarlo (y con él, liquidar un mundo). Joven, pobre, inquieta, no domesticable, la figura de DARIO se eleva, vuela por los cielos, estalla en flores y en pájaros sin jaulas…Los supera por completo...Los torna más insignificantes que nunca.

DARIO se vuelve hacia ellos, los interpela en su condición de sub-humanos y les ofrece la espalda mientras asiste a su amigo MAXIMILIANO…



Los cazadores enfurecidos por la decisión de privilegiar a MAXIMILIANO por sobre el peligro de muerte le tiran. Le tiran cobardemente. Con los brazos abiertos en cruz, DARIO SANTILLAN se estremece por los disparos, se dobla como en cámara lenta e ingresa para siempre en nuestras almas asombradas.

Esa es la imagen de una sociedad filicida: la repugnante mano de obra del poder mata a las mejores flores de nuestros jardines…Un joven pobre, digno, generoso, solidario, valiente, comprometido, irremplazable. Un joven sabio.











VI.

MAXI y DARIO, Cristos suburbanos, malva, adoquines y casillas, ejemplos luminosos, nos están mirando a cada uno de nosotros, ahora. Su mirada es una luz en el túnel de la infamia…



Nosotros, lo juramos, no diremos nunca: “Padre, perdona a sus asesinos, no saben lo que hacen”.

MAXI y DARIO, presentes. Ahora… y siempre. Ahora… y siempre. Ahora… y siempre.

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